Neomonarquismo venezolano y el chavismo como tribu
Sobre el Gran Pranato Chavista y sus Familias Soberanas
«La República es un recto gobierno de varias familias y de lo que les es común, con poder soberano» —Jean Bodin.
Desde hace más de un año he conversado con un amigo cercano sobre la idea del chavismo como una tribu, un conjunto de familias que comparten (o creen compartir) un pater familias común. Es decir, el chavismo pensado como un Partido-Familia, como un conglomerado de linajes —muchas veces entrelazados— que poseen una mancomunidad de intereses y bienes, derivados del bien por antonomasia, todos frutos de un árbol sagrado: el poder.
Incluso, hube escrito un hilo en X al respecto, que nunca acabé publicando (gracias a Dios, pues estaba en una etapa bastante fetal), pero en esta ocasión decidí redactar una explicación, no solo de la idea del chavismo como tribu, sino también de su «monarquización del mando» en torno a una geometría del poder que, aunque esté lejos de ser inédita, habla de una realidad de múltiple utilidad a la hora de pensar en una superación del chavismo, como sujeto histórico portador de impulsos primigenios… e inevitablemente parte de nosotros.
Monarquismo y «neomonarquismo» venezolano
La «monarquización del mando» es, sin mayor teorización, la fundamentación del orden en la figura del monarca; el «uno» que decide, el uno que manda. En este sentido, podríamos llamarle una «soberanía encarnada» de la cual emana, como fuente generadora, un caudal jurídico y social. Así, el monarca imbuye a la realidad que genera de su ser, y este, a su vez, se imbuye de aquel poder blandido para reforzar aquella condición soberana. Dentro de la tipología del poder, Soriano de García-Pelayo califica a esta(s) forma(s) como «personalismo político» y, referente a nuestras latitudes, considera al personalismo hispanoamericano —caudillesco— «estructuralmente emparentado con la realeza medieval».
Más allá, dentro de la clasificación sorianista/garcíapelayiana del personalismo, exhibe una salvedad en cuanto a un contraste interno entre un voluntarismo personalista y uno institucional: el voluntarista, «llamado a reforzar el poder personal de corto alcance del gobernante», y el institucional «a trascender por su creación y desarrollo de instituciones».
Si nos entendemos en códigos monárquicos, nos estamos entendiendo en los términos primigenios de Venezuela. Especialmente, si nos entendemos en los códigos borbónicos —sobre todo en su adjetivo centralizador—, nos entenderemos al decir que, para bien o para mal, se ha desarrollado un «linaje de poder» que, si bien cambió formalmente, fue traducido por el Libertador Simón Bolívar de un dialecto monárquico absolutista-ilustrado, a uno cesarista romántico «neomonárquico».
El español Giménez Caballero pronuncia al respecto que el Libertador «quería mezclar la tradición monárquica española con la novedad norteamericana de Filadelfia». En otros términos, Bolívar, inspirado en los inicios indígenas del cacicazgo, ilustrado por la tradición monárquica y el republicanismo presidencialista de los yanquis, desarrolla una alquimia neomonarquista. De León lo explica:
«Invocando el más antiguo espíritu de los Césares Romanos, el Libertador quiso establecer en América una tradición monárquica dentro de los límites republicanos. Conocía perfectamente bien los problemas que representaba la democracia liberal, de carácter electivo» —Jorge De León.
Toda monarquía, o mejor dicho, ninguna monarquía (y amplifiquemos el scope de la negativa) —ninguna forma política— se escapa de la «ley trascendental de la política», como diría Gonzalo Fernández de la Mora, basándose en el inagotable concepto de Robert Michels: la ley de hierro de la oligarquía.
Entendiendo, pues, la tendencia centrífuga del poder y la tendencia centrípeta de la oligarquía; entendiendo al chavismo como un Gran Pranato de pranatos, y que la República es aquello que le es común a quienes les es soberano su condición en ella, no es sino conclusiva la afirmación de que, en su geometría actual —bajo la fase del «Madurato»—, su oligarquía, su curia regis, está constituida por las Tres Familias Soberanas —los Maduro, los Rodríguez y los Cabello—, como las habría presentado el politólogo Sucre Heredia en su artículo, y por el cual me sentí movido a escribir al respecto luego de tanto tiempo.
Esta «pranatocracia» asciende y se consolida con un sentido de la guerra cosmogónico que se retrotrae al 4F como el nacimiento de la stásis —guerra intestina— bajo una óptica partisana (Schmitt dixit), que posiciona a todo límite a su accionar, aparente o real, como su enemigo definitivo (una suerte de hubris). En este sentido, las Tres Familias Soberanas del Madurato abordan dos nódulos en la geometría, el que Soriano de García-Pelayo llama «la tragedia de la sucesión» a través de este «conciliábulo rojo», distorsionando aquel ideal bolivariano de la élite espiritual guerrera que encabezaría las leyes de la futura patria.
De esta forma, el Madurato crea un mecanismo de sucesión del poder mediante un acuerdo entre las «plazas» de la autocracia madurista, bajo el control de dichos clanes.
Todo esto ocurre, contrario a la aseveración de Vallenilla Lanz, no por una «genética» caudillista que llevemos en la sangre. Ocurre por la inexistencia de un Estado venezolano propiamente dicho. Como resultado, y ante la carencia de un «personalismo institucional» que dé vida a una estatalidad nacional —una racionalización del carácter nacional, si se quiere— se refuerza una monarquización del mando personalizada en Maduro como «derecho-vivo», como doctrina encarnada, que inevitablemente se apropia de todo aquello que debería responder a los intereses de la nación, bajo una reinterpretación «narcobolchevique» neopresidencialista del linaje monárquico-borbónico, más tarde bolivariano-cesarista, y que tutela el todo-del-poder.
El chavismo como tribu
Ahora bien, al tratarnos en términos de linaje, familias, mancomunidad, sucesión, nos surge la pregunta: ¿en torno a quién o qué?
En líneas anteriores me referí a una suerte de «cosmogonía partisana» de la cual surgieron las Tres Familias Soberanas, los Maduro, los Cabello y los Rodríguez. Al ver la historia de estas tres ramas, podremos encontrar su tronco, un «primer motor» que los origina dentro de un nuevo sujeto histórico, un gran caudal del poder. Ese motor es, sin más, Hugo Chávez.
Cada una de estas Familias Soberanas tiene, a su manera, un íntimo vínculo con el héroe prometeico de la mitología chavista: Cabello inicialmente como su lugarteniente y jefe de arcana imperii, los Rodríguez como sus sombreros blancos, Maduro como el sucesor espiritual y político del proyecto. Esto constituye a Chávez como el pater familias del chavismo. Pero nada es perfecto en los designios humanos y los imprevistos surgen, como fue la muerte del padre del chavismo. Muchas veces, cuando el padre fallece, los hijos se mantienen unidos, más que por amor y ritualística, por confianza e intereses y bienes comunes. Dicho esto, podemos deducir que si el poder y lo que extraen con él son los bienes comunes, el interés común es la preservación de dicho poder en el Partido-Familia. Ahora bien, la confianza que mantienen entre sí, diferente de lo anterior mencionado, se basa en aquello que se mantiene secreto para los oídos plebeyos, y en un reconocimiento de una condición compartida: la gula de poder en común y el hecho de que las Tres Familias Soberanas reconocen que la espada de Damocles les está colgando sobre sus cabezas por igual.
Debajo de las Familias Soberanas, se ramifican a su vez decenas de ellas, con diferentes niveles de deberes y libertades y, por lo tanto, grados de influencia en la cadena de mando. Todo basado, por supuesto, no solo en vínculos de sangre, sino en el grado de confianza, de capacidad de asegurar la plaza que se le haya otorgado, pero sobre todo, el nivel de obediencia, de entrega a la ley chavista, es decir, al hacer o deshacer del soberano, sea o no contraproducente a los intereses del país. Este último punto me retrotrajo particularmente a la naturaleza «totalitaria» del «nomos», explicada por el rumano Costin Alamariu en Selective Breeding and The Birth of Philosophy. Alamariu —basado en Schmitt, dicho sea de paso— define al nomos como un acto primordial de fundación que lo abarca todo. «El poder del nomos para la mente prefilosófica, su poder político y religioso unificado e indiscutible, está garantizado por su origen ancestral». Es decir, el nomos, porque está basado en el ancestro, posee un poder que todo lo rige tiránicamente, basado en la autoridad cosmogónica que despliega sobre lo originado de sí. Bajo su sombra, los regidos por el nomos bajan sus cabezas y obedecen. Extrapolando esta idea, podemos afirmar que el origen ancestral de la mitología chavista se remonta a Chávez, el ancestro primordial, el jefe militar-religioso de la tribu del que nacen los modos y usanzas del poder impuesto, en formas de leyes, prácticas comunes, narrativas.
Ahora bien, el grado de confianza —otro atributo clave para la autocracia— está determinado, primordialmente, por las funciones que el miembro ejerce y por las conexiones que posea dentro del sistema —su relación con los «padrinos» dentro de la favela que es el Partido-Familia—. Sin ello, no hay cabida en el ecosistema chavista, o como lo diría Engels al explicar la membresía de la ciudadanía romana en La Gens y el Estado de Roma: «Nadie podía pertenecer al pueblo romano si no era miembro de una gens y, por tanto, de una curia y de una tribu». Reformulada la frase del alemán, podríamos afirmar que nadie podrá pertenecer al Gran Pranato Chavista (GPC) si no es miembro de un cuadro o de un pranato menor. Pero existe también, un tercer y último ingrediente que constituye la moneda de la confianza en el «Madurato», y es la capacidad de brindar estabilidad o, al menos, de no aumentar la turbulencia dentro del sistema, recordando que «el poder no es estable cuando es ilimitado», en palabras de Tácito. Para mayor ilustración, sírvanse de la Noche de los Cuchillos Largos que finalizó en la caída del clan El-Aissami que, más allá de alegadas intentonas golpistas contra Maduro, el sistema lo consideró como un elemento hostil, portador de un riesgo letal para la continuidad del GPC. En este aspecto, en su estudio sobre la organización social del populus romanus, Engels también destaca en la constitución de la gens la atribución de adoptar a un extraño (llamado alieni iuris) que «practicábase por la adopción en una familia (como entre los indios), lo cual traía consigo la admisión en la gens». Pues, en la arquitectura del Gran Pranato Chavista, existe también la adoptio, y estos «extraños» son elementos foráneos a la formulación jerárquica chavista, que son adoptados dependiendo de la coyuntura: si más turbulenta, más político; si más pacífica, más tecnócrata.
Sin embargo, muy cómodos no se pueden poner, porque cuando al poder se les haga incómodo o inconveniente, les harán el zape o, de ser muy ambiciosos, los desaparecerán. Al final, las Tres Familias Soberanas son el sistema, y el sistema son ellas; y son ellas las que determinan lo Otro, lo Enemigo, desde su condición monárquica —condición que les ha garantizado un cuarto de siglo en el poder—.
A manera de cierre
Distinto de lo que pregona el credo de la religión democrática ante la que la «oposición» se persigna, frente a un «personalismo voluntarista», el espíritu y las fórmulas democráticas jamás han ganado. Al contrario, siempre asciende, especialmente en la noche más oscura, cuando los desesperados pulsos idealistas se manifiestan, la estrella guía de la ley de hierro de la oligarquía. Para muchos un espectro; para otros, un oportuno «tatequieto» en el cogote, la minoría radicalmente organizada, se comprueba una y otra vez, sea porque logra perpetuarse frente a su contendiente, o porque logra sobreponerse ante la gobernante.
Especialmente, en un campo donde el orden impuesto tiene una tendencia a concentrar el poder y sus «canales» —tal como el pran concentra el poder de los presos, de las fuerzas de seguridad y se hace con el penal—, tratar de entrar en su trinchera con signos de amor y paz, acordando con el pran una elección —entiéndase, una licuefacción pactada de su poder— es de una estupidez jamás antes registrada en la psicología política, en los estudios estratégicos y en el pensamiento político.
Por un lado, la condición de criminal caudillesco atrincherado —razón por la que le llamo «Gran Pranato» a la autocracia chavista— remite a una actitud de altísima hostilidad y de aislamiento de la estructura y de aquellos que la capitanean. En este escenario, el poder se personaliza aún más —por lo que se abstrae mucho menos—, es decir, los pulsos latentes de la oligarquía se derraman aún más sobre la estructura del poder. Esto, si bien efectivo en lo temporal, bien puede ser contraproducente en la durabilidad de sus designios. Porque por otro lado, esta condición genera una altísima tensión entre las plazas del Gran Pranato, y la espiral de ultraviolencia que ejerce sobre sí, aunque reafirme lealtades infundiendo miedo, la confianza se desintegra más por obra del ácido de la paranoia. Sin embargo, el GPC se ha sabido mantener desde 2013 en estos mismos términos, pasando por épocas de mayor y menor tensión, en las que sus recursos y margen de maniobra oscilan, sin necesariamente haber sido cesados.
Readaptando la cita sobre el teorema de la condición de Bolívar del politólogo Juan Carlos Rey, podemos afirmar que este panorama, visto con ojo acucioso, muestra que el Gran Pranato Chavista conoce sus verdaderos intereses, la mayoría del tiempo, sobre la mayoría de los asuntos, por lo que le es posible formular su política e implantarla como una realidad.
Por su parte, la ausencia de un enemigo real —entiéndase una élite competitiva—, refuerza esta realidad, especialmente si recordamos que el grupete que se dice capaz de oponérsele al Gran Pranato Chavista se rige por un principio democrático inviable porque no detentan un poder que pudiera generar uno u otro orden, en primer lugar. En segundo lugar, tampoco existe una consciencia real sobre lo que se necesita para construir este poder, de manera que se hace imposible racionalizar algo que no existe. Y en tercer lugar, al ser inexistente el poder opuesto al chavismo y, por lo tanto, irracionalizable, se está perfeccionando a martillazos un poder que sí existe, que sí es cognoscible y que sí es organizable. Por lo que se puede deducir que al enfrentar a la autocracia chavista —de la manera en que se ha hecho—, se le está reforzando.
Que otros Estados sean más efectivos en la «lucha contra el chavismo» comprueba aún más esta verdad, porque están fuera de la esfera de acción de la «oposición», y usualmente causan más daño al GPC, pero fracasan siempre que intentan luchar de la misma forma en que el cogollo opositor lo hace —como las democracias latinoamericanas—, o siempre que se valen de este cogollo como su proxy.
Entonces, el Gran Pranato Chavista, esta neomonarquía de perico y güisqui, nos vale deducir, que puede estar en tres y dos, no por obra de aquellos que dicen oponérsele, sino por dos realidades en concreto: primero, que otras oligarquías extranjeras —compuestas por otras familias y sus cosas comunes— están tan o más organizadas que ella, o porque poseen un poder mayor, o porque son capaces de una violencia más grande. Segundo, que la tensión dentro del sistema —producto de su aislamiento y su baja confianza interna— es tal, que se vuelve penetrable e implosionable. Tan solo falta una verdadera élite que aproveche estas dos debilidades.
Vuelvo, pues, al inicio de este apartado, y reafirmo que el espíritu y las formas democráticas jamás se han sobrepuesto: en realidad, lo que se ha sobrepuesto es una oligarquía que usa la democracia como fórmula política pero que se comporta y se entiende como oligarquía. Incurrir en el craso error de creerse la propia propaganda de uno —como recomendarían los traficantes sobre consumir el propio producto—, es de una inmadurez estratégica que solo puede descartarse como posibilidad por su complacencia agazapada. La realidad es que dentro de la idea de superar al GPC, más que un combate de aikido, más que frenesíes de democratitis aguda, ciertamente más que lives con influencers, más que huidas pactadas, más que guerrillerismo sanmigueliano, la solución pasa por entender, internalizar, aceptar y reflexionar la dura verdad de que, usando una frase de Curtis Yarvin: el sistema es el que es.
Este tema de las "familias políticas" me parece interesante, pero deja por fuera el verdadero factor de poder real: las Fuerzas Armadas. ¿Es otra tribu? ¿Por qué se mantienen en la coalición?
Excelente artículo.