El poder siempre se mueve, se configura y se desplaza en la medida en que los hombres crean los canales lo suficientemente fuertes como para retenerlo y volverse portadores de sus posibilidades. El soberano, por lo tanto, es aquel que maneja estructuras, canales y personas para ejercer el poder sin horizonte que le entorpezca —el que manda, buena o malamente, pero manda—.
En ese orden, Maduro es soberano y, en consecuencia, presidente. Es decir, no es el cargo, ni la banda, ni el CNE que lo hacen soberano: es su capacidad de ser, por dominio de los sesos y la mente de la autocracia, el que blande el cetro del poder. El poder impuesto (PSUV + Partido Militar) le da la capacidad de mando, no el poder constituyente (el pueblo).
Podemos encontrar esta misma realidad, tácitamente, en las Primarias que le dieron a María Machado la cabeza de la oposición influencer post-partidista. A pesar de haber logrado una movilización de buena parte de la sociedad, estos esfuerzos se mantienen comprometidos por una vía destinada a la derrota.
Creo pertinente trabajar ciertas reflexiones que, de ser asimiladas, pueden consolidarse como una plétora de posibilidades explotables para la conformación de una Oposición auténtica.
Primero, que cualquier atisbo de «Oposición» que se quiera hacer frente a un soberano (democrático o no) debe entender de entrada que la soberanía no acata ley; la voluntad de quien la blande es la fuente de la ley.
Segundo, que el soberano es un «epicentro» de poder, de manera que la soberanía posee un «locus» que puede cambiar de lugar dependiendo de quién sea capaz de hacerlo. El poder, pues, tiene su geografía.
Tercero, que entendiendo el primer y el segundo principio, «Oposición» significaría, entonces, 1. Un diametral manifiesto de inconformidad con la autocracia en cuanto sistema y «modus vivendi» destructor y desintegrador, y 2. Toda fuerza, iniciativa, idea y pretensión que amenace auténticamente a la autocracia y que, por dialéctica, esta amenace, limite, hostigue y busque mantener aplastada.
Por lo tanto, no podemos considerar a los partidos políticos, sus oenegés, sus think-tanks, sus órganos de divulgación que posan como medios independientes… como oposición. ¿Por qué? Porque son tan oligarquía como la élite de la autocracia. Son, en términos de Donoso Cortés, la «clase discutidora» de la autocracia. Veamos.
¿Qué sería una clase discutidora?
La clase discutidora es caracterizada, como dice su nombre, por siempre discutir y jamás decidir; se decanta por el onanismo oral, pero especialmente por su desprecio a la acción. Esta clase en Venezuela está definida por el interés común de mantener intacto el orden de la autocracia que le permite continuar discutiendo, y los espacios en que discute ad infinitum.
En cuanto a su naturaleza, la clase discutidora criolla es negociante, irrevocablemente acomodaticia y, sobre todo, cobarde. El ejercicio de la soberanía es un salto al vacío para ella, porque demanda división por antagonismo, exclusión entre el «nosotros» y «ellos», y sujeción del sometido a la decisión —una realidad que atenta contra su naturaleza negociante pero especialmente contra una vocación inexpugnablemente mercantil—.
Fijémonos que cada vez que la «oposición» ha tenido todos los recursos y medios para construir o ejercer directamente el poder, se lo han despilfarrado en caña, droga y viejas —talismanes de su discusión fluida y amena—.
La clase discutidora, mal llamada «oposición», además provoca siempre un efecto altísimamente beneficioso para la continuidad de la autocracia, y es la desmovilización constante de la sociedad y su organización dentro de paradigmas cómodos para la clase de poder, como ha sido el electoralismo.
Por lo que, salir del electoralismo como marco teórico y «mito» (a la Sorel) es el primer paso para «actuar en la verdad» y para una auto-organización de la sociedad fuera del terreno de la autocracia.
Por un gran Movimiento
No se puede, bajo ningún concepto ni gimnasia mental, usar un tentáculo de la autocracia para ahorcarla. Un nuevo Movimiento de disidencia real debe surgir alejado de las oligarquías partidistas —estructuras «de arriba» como el PSUV, el partido militar y la corte comercial de la autocracia—.
Este nuevo Movimiento debe estar también alejado de ditirambos intervencionistas de conciliábulos dogmáticos que acaban inflando el realismo mágico que sostiene a nuestra clase discutidora.
Este nuevo Movimiento debe surgir de la ordenación de abajo hacia arriba de estructuras independientes y, en consecuencia, representativas del pueblo; no solo en cuanto a labores y profesiones (sindicatos y colegios), sino también en necesidades inmediatas de la comunidad que reflejen acciones directas y concretas desprendidas de la realidad impuesta por el poder. Estas estructuras deben ser inspiradas por las más variadas formaciones y los más variados intereses y propósitos.
Este nuevo Movimiento debe hacerse con la convicción de vivir independiente y emancipado de las necesidades del aparato de poder, así como de su clase discutidora y su electoralismo que actúa como «burundanga» desmovilizadora.
Este nuevo Movimiento no es un movimiento político ni un movimiento por un político, sino el acto (o el resultado de miles de este) constante, auto-actualizante y creativo de sacudirse y despertar hacia un nuevo modo de vivir apegado a los intereses vitales, existenciales, de la sociedad.
Este nuevo Movimiento de auto-organización, de vivir como si la autocracia no existiera, desembocará en un empeño empedernido y universal de encontrar soluciones al estado de las cosas y pelear por estas nuevas «formas de existir auténticamente».
Este nuevo Movimiento, siguiendo esos propósitos, encara a la dictadura desde su raíz sin enfrentarla en armas ni en elecciones estériles, ni en pugnas económicas: desintegra el modus vivendi barbarizado, atomizado, insolidario, irresponsable, que la autocracia fabricó para su estabilidad, tejiendo mediante la acción pura y sincera una fuerza comunitaria que cuida los verdaderos intereses nacionales determinados por la propia sociedad que le da vida y legitimidad, y una estructura de acción directa.
El ahora y el mañana
La auto-organización de este Movimiento nacional y popular representaría, de ser escuchadas estas palabras atropelladas, la consolidación de una asimilación de la nueva etapa de la realidad del país.
Porque la estabilidad que la autocracia haya logrado con el gobierno gringo puede desvanecerse en breve o profundizarse; mientras, el peso de la miseria se mantendrá en tanto el venezolano no «pase el suíche» y entienda que el único responsable de sí mismo y su familia, es él. Si esta verdad, desoladora para los inmediatistas pero esperanzadora para quien tiene los pantalones bien puestos, se reproduce en cada trabajador, en cada hogar, se forjará una «conciencia de clase nacional», una relación diversa pero universal, estructurada pero orgánica, con la nación a través del trabajo y la acción auténtica.
Vivir fuera de la autocracia para salir de ella, entonces, es el camino. Para vivir fuera de ella, se debe vivir fuera de lo que ella necesita que seamos y hagamos —eso es, un cambio vital de perspectiva para crear una voluntad de poder y una geografía ideal para construir soberanía—.
Hablo de un «sistema de vida» cuya columna es la resolución subsidiaria, inmediata, de las situaciones de los trabajadores, las familias, las instituciones civiles, y que en consecuencia engendre la responsabilidad nacional en los ciudadanos, quienes con estas estructuras, con esta auto-gestión nacional, provocará una revolución vital.
El ahora florece favorable para la autocracia y la oposición influencer, quien reptan excitadas aunque incauta de que también florece favorable para el venezolano —quien ahora carga con el «peso vital» de auto-organizarse para apropiarse del mañana—.