Contrahegemonía venezolana I: bases fundamentales
Aceleración de la V República, contra-hegemonía y contra-sociedad.
Mantengamos presente una realidad: la V República es, de facto, un aparato cuyo propósito es el de absorber todos los medios de poder, de producción y de información. No lo que reza la Constitución, no lo que dicen los partidos que dicen oponérsele, sino lo que la clase de poder, con sus acciones, ha diseñado.
Su metabolismo demanda la construcción de estructuras que concentren más energía (o sea, poder), y la destrucción de aquellas que puedan amenazar su vida. Esta es una lógica típicamente bélica; nada sorprendente, viniendo de una élite que comenzó su vida política abriendo fuego al civil y soltando tanques en las calles.
No es tampoco casual que la clase de poder haya tenido grandiosos avances estando en guerra (2002, 2014, 2017, 2020). Su metabolismo es, por lo tanto, represivo contra todo lo que haga resistencia, y busca ser definitivo frente a fuerzas que se le opongan.
No existe razonamiento fuera de la concentración de poder y no existe razón que no sea la dominación. Este metabolismo de absorción violenta, sin embargo, asoma un desmoronamiento irremediable del aparato del poder.
Aceleración y éxtasis de la Quinta República
El concepto político de aceleración, es decir, la destrucción de un sistema mediante su expansión radical, puede ser de gran utilidad en el caso venezolano. Reinterpretada, la aceleración puede provocar un declive irreparable en el aparato de la clase de poder, cuyo metabolismo la llevará a disolverse a sí misma.
Debe adelantarse que la V República, sin embargo, no es una aceleración. Es simple velocidad. La V República nace del mismo declive de la IV República y avanza en este, solo que con mayor rapidez y violencia; sin salir del mismo marco de explotación del país y desarrollo del poder a costillas de los venezolanos.
La metástasis quintorrepublicana es también conservadora en cuanto que, al mismo tiempo que aumentó su velocidad de explotación, impulsó una táctica de inmovilismo social en la forma de electoralismo promovido por los partidos políticos, como distracción para facilitar el metabolismo de concentración de poder.
Ahora bien, el metabolismo de la Quinta tiene dos momentos de éxtasis que la transforman: la fundación del PSUV y la muerte de Chávez.
La fundación del PSUV consistió en organizar un ejército regular de la clase de poder, excitando la territorialización de la guerra en el campo civil. La muerte de Chávez, por su parte, significó la muerte de la raison d’être del proyecto chavista y la fractura de la clase de poder en facciones enguerrilladas.
Estos dos acontecimientos, empujaron al aparato de poder hacia la «hiperlógica», un hiper-metabolismo en el que las facciones poschavistas se convirtieron en las nuevas instituciones, modificando la guerra a un proceso de automutilación.
Esta automutilación lanzó a la clase de poder en una espiral destructiva donde el aparato se va negando a sí mismo, de purga en purga, creyendo que se renueva, cuando en realidad, sin su caudillo, no se han podido regenerar, ni han podido reinventar su proyecto político.
Este canibalismo oligárquico fortalece a sus sobrevivientes en pequeña escala, pero debilita la estructura de poder a gran escala, al mismo paso que suma disidentes en forma de potencial organizable.
La auto-degradación estructural de la V República, sin embargo, no es suficiente para que el aparato ceda y la clase de poder suelte al país. Se necesita acelerar su lógica, porque así como tiene tendencias, el aparato de poder posee contradicciones incorregibles que, de ser explotadas, podrá provocarse el colapso del sistema a través de la saturación del mando político.
Contra-hegemonía y contra-sociedad
Así como Marx sentenció «el socialismo es inconcebible sin la gigantesca maquinaria capitalista», debe decirse que es inconcebible una contrahegemonía sin el sistema imperante; porque es este el que provee el impulso y las contradicciones que facilitarán la transformación nacional.
En un despotismo complejo como el venezolano, la dialéctica autocracia-democracia es fácil recurso teórico y retórico, pero escueta herramienta para el diseño de una fórmula política realista.
La democracia, vista desde el realismo, vista desde nuestra tradición republicana debe ayudar a «la emancipación y el autodominio colectivo», no a ilusiones tácticas del despotismo. La democracia, más que como religión o táctica de consenso, debe funcionar como tecnología de poder en la formulación de la contrahegemonía.
El aparato de poder aplica una «democracia» que usa ciertos elementos dentro de la sociedad civil, que esta no debería usar. Los partidos políticos, por lo tanto, deben estar fuera de la fórmula puesto que sosiegan la contradicción del aparato. La contrahegemonía se construye impugnando el sistema, no alimentándolo.
El «sentido común» establecido que sustenta a los partidos y al aparato, esa parálisis racionalizada, debe combatirse activando elementos que el aparato de poder mantiene adormecidos y conectarlos entre sí. Esta sinapsis de cuerpos de la sociedad creará esferas autónomas que ejerzan presión sobre la estructura despótica.
Todo aquello que el sistema descarta, reniega, adormece, a través de su acción directa o de los partiduchos corrales de fanaticadas y sus «celebridades políticas», es automáticamente sujeto y objeto de esta gran articulación nacional y popular.
La movilización total del pueblo hacia el objetivo restaurador materializa la aceleración como un proceso de experimentación consciente y de auto-organización, dentro de la realidad despótica y en detrimento de lógica de la Quinta República que la emana; porque una vez impugnado el sistema por otro sistema, el mando político se aferrará fatalmente de las propias contradicciones de su aparato en una decisión de vida o muerte.
El choque ideológico será demasiado grande como para ser resistido por dos razones: porque convencerá al pueblo de que el cambio es posible, creando un efecto bola de nieve, y quien lo recibirá será una rota élite que se devora a sí misma desde hace años.
El realismo mágico (en sus vertientes guerrilleras o electoreras) debe ser combatido con el realismo político sin perder optimismo. Despotismos de izquierda, más férreos, se han instalado en países con menos medios en épocas más limitadas; y han sido disueltos por la organización del espacio público y áreas de la sociedad en torno a la refundación republicana, como la vocación histórica de una nación movilizada.
Venezuela no es la excepción. Los medios están. Las fuerzas están. Es el uso realista de ambos lo que hará creíble en los connacionales la posibilidad de cambio. Diferente del aburrimiento entreguista, que aguarda sentado en una falsa ventana de Ítaca, esperando una solución divina de aquellos que les da igual un venezolano muerto o uno vivo.
La segunda parte de estos análisis tratará las contradicciones más notorias del aparato de poder venezolano, irreparables para él, y aprovechables para la contrahegemonía.
¡Excelente texto, Rafael!